Una breve miscelánea sobre nosotros los seres humanos. A propósito del budismo y las películas de Wong Kar-wai.
Deseo y represión
Me compre un libro sobre budismo.
Quería comprender como llegar a aquello que tanta falta me hace: paz mental y
emocional. Pareciera que los monjes budistas siempre están en paz. Siempre se
ven tan tranquilos y sosegados, siempre dispuestos a brindar una sonrisa afable
a quien les preste atención y mire a los ojos. El budismo es uno de los desarrollos
más libres y heterodoxos que han surgido a lo largo de la historia, pues
permite que cada persona o grupo de personas lo desarrolle a su manera,
interpretado y adaptado las enseñanzas a su forma de ser; no obstante, en el
transcurso de la lectura me di cuenta que el libro hablaba más sobre los seres
humanos y cómo somos, que sobre algo búdico o alguna verdad trascendental por la
cual facilitar este camino de liberación. Me refiero a ese deseo y anhelo
incesante que todos tenemos. Deseo que produce a la vez esa búsqueda incesante del
placer y una huida o rechazo vehemente al dolor y sufrimiento. Personalmente,
en mi vida, nunca he experimentado tal cosa como la “iluminación” o el
“despertar” que se les atribuye a las personas que han logrado desarrollar el
budismo en sus vidas. A lo mucho, me he dado cuenta —justo un día en que estaba
en el baño— que, nosotros los seres humanos somos también aquello que no nos
gusta pensar o reconocer sobre nosotros mismos, pero que sin embargo somos o
hacemos. Como hacer caca en el baño, por ejemplo.
Por otra parte, creo que las
películas del director Hongkonés Wong Kar-wai retratan de una mejor manera lo que
estoy tratando de decir, o lo grafican mejor: el deseo y anhelo de todo ser
humano; el cual no tiene nada de malo hasta que ese deseo se convierte en pasión
o padecimiento y termina degenerando en sufrimiento o en el lamento de la
persona. O lo que es peor, y que creo muy estúpidamente intente hacer durante
algunos años: intentar dejar de desear para así dejar de sufrir. Tomarse de
forma literal las enseñanzas de Buda. La experiencia te enseña que aquello es algo
imposible, comenzando así una represión brutal en tu interior que termina al igual
que una olla a presión a la que se le ha terminado el agua: reventando. Más
adelante, leyendo los libros de Alan Watts, quien se ha encargado de enseñar de
forma accesible el pensamiento de oriente a los occidentales, corroboré este
hecho. En su interpretación, Buda había dado esa enseñanza como una suerte de trampa
para que la persona se diera cuenta de que no es posible dejar de desear:
porque cuando quieres dejar de desear, estas deseando o continúas deseando, y
esto te sigue atando al sufrimiento. En conclusión. ¡Desea nomás! Pero eso sí: lo
que hagas con ese deseo, o las consecuencias que aquello acarree, eso ya es
asunto tuyo.
No estoy del todo seguro si uno pueda
aprender a desear o desear con inteligencia —si acaso tales cosas son en verdad
posible—, como cuando uno aprende a saber en quien fijarse para poder establecer
un vínculo o una relación; en todo caso, estaríamos hablando de que los gustos,
intereses y deseos se van refinando o se van desarrollando. Van cambiando conforme
la persona también cambie producto de las distintas experiencias y los errores
que todos cometemos. Siempre que se extraigan las lecciones de aquellos
errores, estas a su vez nos ayudarán a saber qué es lo que queremos o, por lo
menos, a saber qué es lo que no queremos en nuestra vida. Cabe mencionar también
aquí el saber cuándo abandonar una batalla que no se puede ganar o saber
negarnos a comenzar una empresa de la que no tenemos la más mínima posibilidad
de tener éxito. Piénsese en una relación sentimental o en una carrera
profesional que no es para uno, o que la persona que queremos no nos quiere de
la misma manera, etc. En estos casos, no se trata de armarse de valentía o
coraje para comenzar a librar esas batallas. Se trata de necedad, capricho y
estupidez. Solo los estúpidos y los necios pelean batallas que no pueden ganar,
impidiéndoles aprender el “saber perder” como se dice; el aprender que:
cuando se gana, a veces en realidad se está perdiendo y cuando se pierde en
realidad se está ganado. Lo dejo a la interpretación del lector.
Bueno, volviendo a las películas de
Kar-wai, hay algo más aparte de esta manifestación evidente del deseo y anhelo de
toda persona. Es el resistirnos a aquello que más queremos. Lo que tanto nos
resistimos a veces a querer creer. Películas como Chungking Express (1994),
Ángeles caídos (1995) o Deseando amar (2000) son un buen
ejemplo, o cuando no, se acercan mucho a esta faceta de los seres humanos, o quizá,
solo de algunos seres humanos. Esto, sumado a la exquisita y a veces hasta narcótica
forma que tiene el director de mostrar las escenas —por lo cual le han apodado
como el poeta de las imágenes—, termina haciendo que las experiencias
que viven sus personajes se logren transmitir plenamente a los espectadores. Algunos
de sus protagonistas son individuos que viven en el desamor. No necesariamente al
no ser correspondidos, sino, por encontrarse reprimido o resistido, muchas
veces, por ambas partes: por ellos y por las personas que desean o quieren. A
su vez, la melancolía o sentimiento de perdida ante la vida que viven algunos
de sus personajes —y que quizá a muchos les resulte familiar o hasta agradable,
rozando cierto grado de placer masoquista— hace que uno se sumerja o recuerde
este tipo de experiencias si es que las ha tenido. Quién sabe y para todos los
que se identifican con este tipo de sentimientos, estos sean producto más bien de
que no se hayan tenido otras experiencias en el amor o no se hayan desarrollado
otras formas de relacionarse o de amar, haciendo creer así que, por lo menos,
de alguna manera, se está viviendo alguna forma de amor, aunque esta sea una
forma invertida o de privación: un des-amor. No lo sé.
Miedo y angustia
Retornando al budismo, Thich Nhat
Hanh fue un monje budista y activista por la paz vietnamita que murió el año
pasado (2022). Él enseñaba qué, en nuestro interior, en lo más profundo de
nuestro ser, yace oculto un núcleo conjunto de deseo y de miedo producto de la
experiencia de estar vivos. Este núcleo conjunto comienza a operar inmediatamente
al momento de nacer, al dar nuestra primera respiración. Comenzamos así a
desear sobrevivir y temer morir. Este deseo y miedo originales, primarios, se
extienden a lo largo de toda nuestra vida y subyacen a todos nuestros demás
deseos y miedos; pues, paradójicamente, lo que más deseamos y anhelamos tener también
es aquello que más tememos perder. Por eso, muchas veces, la vida puede verse
dominada y avasallada por el miedo. Partiendo de este hecho, Nhat Hanh propone
como solución el volvernos conscientes de lo que sentimos y experimentamos cuando
el miedo aparece, respirando tranquila y profundamente. Inhalando y exhalando, siendo
conscientes de nuestra respiración y de todo nuestro cuerpo, para así, tomar el
control de la situación y que el miedo no nos domine y paralice. Por ese motivo,
el hecho de lo que implica vivir y existir, el hecho de que uno esté vivo,
produce angustia. Hay una angustia básica u original en cada uno de nosotros. Que
seamos conscientes o no de ello, va a marcar toda la diferencia en nuestras
vidas. Si somos conscientes, buscaremos formas funcionales de poder convivir
con esta angustia, pero, si no lo somos, haremos todo lo posible para huir de esta.
Ocuparemos todo nuestro tiempo de manera frenética quizá con el autoengaño del
rendimiento y la productividad o con cuanto tipo de adicción encaje mejor con
nuestras carencias, necesidades y formas de ser. Aquí un pequeño extracto del
libro que habla sobre esta angustia:
“(…)
Por lo general, evitamos esta experiencia tanto como podemos, porque es
terriblemente destructora y dolorosa. Por lo general, tengo mucho cuidado de no
estar solo conmigo mismo, sino de acompañar al yo con toda clase de
experiencias. La gente que está ocupada todo el tiempo, que siempre tiene que
pensar en algo, que siempre tiene que estar haciendo algo, incesantemente está
huyendo de esta experiencia de la angustia básica u original (…)” [1]
Pensaba
escribir un ensayo sobre el budismo en el siglo XXI o algo así, puesto que las
enseñanzas y las prácticas nunca dejan de desarrollarse y se mantienen vivas
con cada persona que lo adopta como su forma de vida, sin embargo, no tengo la
menor idea de cómo se encuentre su desarrollo actual. Lo único de lo que puedo escribir
es sobre mi experiencia personal y por lo que a mí respecta, mando todo esto al
tacho. Por más que lo he intentado no he logrado integrar las enseñanzas del budismo
a mi vida. Además, pienso que son las ideas o formas de vida de otras personas,
no las mías. Uno no aprende a vivir por las enseñanzas o errores de otro, uno
solo aprende a vivir viviendo. En ese sentido, dentro del budismo hay una frase
que dice: “Si encuentras a buda en tu camino, mátalo”; refiriéndose un
poco a que la llamada “iluminación” o “despertar” no va a venir de otra persona
que no seas tú mismo. Bueno, creo que por lo menos en algo estoy de acuerdo con
el budismo, pero aclaro al lector que esta no es una forma sutil de falsa
humildad y que por lo bajo trata de insinuar que he llegado a algún tipo de
conocimiento o algo parecido. Cuando digo que mando todo al tacho es porque en
verdad pienso eso. No porque el budismo no sirva, para nada, todo lo contrario:
me ha ayudado mucho en todos estos años. Lo digo simplemente porque no he logrado
integrarlo en mi vida.
Epílogo:
Amor
Hace unos días iba en un taxi con una
amiga y empezamos a charlar y a recordar viejos tiempos y algunos viejos
amigos. “¿Que será de él? o ¿sabes algo de ella? y, ¿qué es de ellos?”,
etc. Al final, recordando a cada uno —dentro de los cuales me incluyo—, caí en
la cuenta de que todos estamos un poco jodidos. Todos hemos venimos a este mundo
un poco rotos por dentro y nos hemos ido curando de a pocos, entre nosotros, por
el camino. Quizá buscaremos caminos diferentes o distintas formas para llegar a
unir todas esas partes de nosotros mismos, pero, al final, la única forma de poder
volver a unir todos esos pedazos rotos es con un abrazo. Un abrazo muy fuerte. Es
estando en el regazo de alguien que nos quiere. La única forma o el único bálsamo
para la existencia es el amor. Así como el título de la película de Kar-wai, pues,
todos en el fondo estamos deseando amar. Porque, así como todos somos únicos
y diferentes, a su vez, todos somos iguales también. Todos somos ángeles caídos
deseando poder amar.
Ángeles caídos (1995) - Wong kar-wai |
Notas:
[1] Edward Conze., (1951), El Budismo: su esencia y su
desarrollo, Introducción. El “pesimismo radical”. México, D. F.: Fondo de Cultura
Económica.